Este País | Federico Reyes Heroles
Los graves cuestionamientos en contra de las encuestas que
acompañaron a las campañas son solo un aspecto de la impugnación de la elección
presidencial por parte de diversos sectores. ¿En qué argumentos se funda esta
impugnación y cuál es su solidez? Este artículo repasa los principales
componentes del supuesto fraude.
Todos sabemos que el ser humano con frecuencia tiende a las
trampas y mentiras. De hecho, una de las enseñanzas principales de la educación
a cualquier niño es la de no mentir. “¿Quién se acabó los dulces?”, pregunta la
madre ante los escurridizos ojos del escuincle que se van al piso. Decir la
verdad puede tener un costo: el regaño para un niño, la vergüenza para el
adulto. En algunas sociedades la expresión “eres un mentiroso” —“you are a
liar”— puede ser una ofensa muy grave, por ejemplo en Estados Unidos. En ese
país hay muchos documentos oficiales sustentados en el dicho del ciudadano. En
una sociedad madura el respeto interpersonal se sustenta en la credibilidad de
la palabra de cada persona.
Por supuesto no hay absolutos. Sissela Bok,1 una brillante
filósofa de Harvard nacida en Suecia, escribió un provocador libro sobre el
contexto de la mentira: en la vida privada, en el desempeño profesional, en la
vida pública, etcétera. Alrededor de la mentira hay una dimensión ética y moral
de gran complejidad y belleza. De un general frente a una batalla no solo
suponemos que no dice toda la verdad, que miente: sabemos que su eficacia depende
del ocultamiento sistemático y profesional de los hechos. De ciertos doctores
esperamos que no digan todas las verdades a un paciente grave. Hay entonces
distintos grados y condiciones para evaluar la mentira. Los políticos son un
caso muy especial. Durante las campañas los obligamos a hablar del futuro que
pretenden construir a sabiendas de que el futuro siempre es incierto.
Escuchamos promesas que muy probablemente no puedan cumplir y, sin embargo, la
gente les aplaude a rabiar. En el sector financiero las malas noticias tienen
que ser manejadas con cautela, por decirlo suavemente, para evitar así corridas
bancarias. ¡Que si lo sabremos en México, después del 94!
El poder de las mentiras puede ser enorme. Mario Vargas
Llosa ha desarrollado el tema en ese espléndido libro, La verdad de las
mentiras,2 cuya tesis central es que las verdades venden menos que una mentira
bien armada. Basta con revisar los discursos de Hitler, Stalin o Mao, por
acudir a los clásicos, o de Castro, Pinochet —conocido popularmente como
Pinocho— y Chávez, para desnudar una muy popular resistencia a la verdad.
Durante décadas, en el discurso marxista se siguió hablando de la desaparición
del Estado que vendría una vez culminada la etapa del socialismo. Ningún Estado
dio señal alguna de encaminarse hacia allá, pero los profesionales adeptos a
esa doctrina seguían repitiendo la evidente falsedad sin el menor empacho. Peor
aún, sus seguidores no les cuestionaban ni sutilmente el sustento de sus
dichos.
México no es la excepción. Los ardides, argucias y falacias
rondan en la vida privada y también en la pública. La mentira campea oronda en
el verano de 2012. Pero todo tiene un límite. La elección de 2012 es un punto
de inflexión. Los que hablan de fraude simplemente mienten. Su mentira no es
inocente, provoca un grave daño al país. Traicionan los mejores intereses de
México. Vamos una a una.
1. ¡Hubo un gran
fraude!
La versión del gran fraude supone que este se construye de
arriba para abajo. “Los poderosos”, básicamente empresarios y políticos, se
reúnen alrededor de una mesa repleta de humo, botellas y vasos de whisky a
medio beber. Se ponen de acuerdo en impedir que Andrés Manuel López Obrador
(AMLO) llegue a la presidencia. Desde allí controlan los hilos que habrán de
llevar a Peña Nieto a Los Pinos. Entre los hilos que manipulan a su antojo
están el ife, el presidente Calderón, el Partido Acción Nacional (PAN) y su
candidata, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y sus distintas
corporaciones, las televisoras y las estaciones de radio, y con eso logran una
manipulación exitosa de los millones que fuimos a votar. Sobra decir que para
comprar esta versión se necesita un grado de paranoia bastante avanzado.
La caricatura no resiste el menor análisis. Por si no lo
saben, el pri y el pan no se llevan muy bien. “Estoy hablando del partido de
Gómez Morín, del partido que siempre ha defendido la democracia, que siempre ha
estado en contra de las irregularidades. ¿Dónde están?” Se podría pensar que la
expresión corresponde a un doctrinal del pan pero no, ¡es de amlo después de la
elección de 2012 que perdió! ¿No fueron precisamente el pan, los espurios, los
que le quitaron la presidencia en 2006? Ya no se entiende nada. De hecho, si
con algún partido hizo el PAN “alianzas estratégicas” fue con el prd. Ahora
resulta que el pan es cómplice del fraude en que gana el PRI. Demasiado
complejo para un mortal. Además, “los poderosos” están igual de divididos, e
incluso hay algunos que apoyan a las izquierdas.
“Los de arriba”, como en cualquier país, pelean antes que
nada por sus intereses, y estos están en colisión constante. Es de tal manera
burda la imagen que siento un desperdicio en cada letra escrita al respecto. Y
sin embargo vende bien: “los de arriba”, “los poderosos”, en un país con muchos
pobres y gran desigualdad; esa versión caricaturesca ha desatado furias
justicieras. Detrás está la idea de que la riqueza toda es mal habida, producto
de la corrupción. ¿Quién puede negar las múltiples historias de corrupción
atroz?, pero de ahí a la caricatura hay un enorme trecho. El terreno es fértil
para la simplificación infantil.
2. La plaga del
pequeño fraude
Si el gran fraude no convence, en el menú de opciones
paranoicas está la multiplicación ad infinitum del pequeño fraude. En esta versión,
las alteraciones por doquier en las casillas suman un agregado que cambió el
sentido de las elecciones. El asunto es, sin embargo, más complicado. Resulta
que las casillas están en manos de ciudadanos, un millón como funcionarios, dos
millones como representantes de partidos. Los “ratones locos” y “carruseles”
necesitarían de la complicidad de varios cientos de miles actuando con un
sigilo profesional similar al del 007 en una misión secreta. Solo así pasarían
inadvertidos. Hay un supuesto básico de la operación: la deshonestidad
generalizada. Pero además resulta que esos cientos de miles de ciudadanos
hiperactivos también están divididos en sus preferencias. Cuidado con convocar
a quien no está con la causa. Podría dar pie a denuncias.
Por si fuera poco, está la vigilancia cruzada, es decir la
presencia de los representantes de partidos adversarios que en esta ocasión
alcanzó la cifra récord de casi el 100% de las casillas con por lo menos tres
partidos diferentes. Así que se necesitaría que fueran ciegos, mancos y mudos.
¿Pudo haber carruseles y ratones locos? Sí, de manera excepcional. ¿Pueden esos
sucesos explicar una desviación de varios millones, la derrota de AMLO? No.
Pero la imagen y el mito siguen calando en la mente de muchos mexicanos.
3. Las
“irregularidades”
La mentira aquí consiste en dar a las “irregularidades” una
potencia y una dimensión que simplemente no tienen. El catálogo de
irregularidades formales va desde la instalación tardía de una casilla, que es
muy común, hasta la ausencia de algún funcionario que tiene que ser sustituido.
Por supuesto que en un país tan extenso y con problemas de múltiples zonas
aisladas y bajo nivel educativo, las irregularidades en el contexto de más de
143 mil casillas instaladas ascienden a varios miles. ¿Cómo incide eso en las
tendencias de decenas de millones de votantes? Ocurren en territorios de todos
los partidos, son azarosas e impredecibles. Imposible armar una estrategia a
partir de los hechos. Solo la especulación tiene una respuesta. Pero una
mentira repetida mil veces…
4. La compra de voto,
¿o de votantes?
Se trata de una de las fórmulas más socorridas de los
partidos políticos en todo el mundo. Se busca comprometer el voto como producto
de una dádiva o algo más. En un país con muchos pobres, un saco de cemento, una
lámina para techar, pueden ser todavía muy importantes para una familia. La
corruptela puede darse. Ahora bien, no hay forma de probar que quien recibe el
regalito se pare detrás de la mampara y emita su voto a favor del partido que
se lo dio.
“Coman carnada pero no muerdan el anzuelo.” “Agarren todo lo
que les den, pero su voto es libre y secreto.” Los derechos de autor de las
expresiones corresponden a AMLO. O sea que fue muy claro en aceptar que la
compra de voto no incide y que la urna es garantía suficiente. ¿Cómo compaginar
esa libertad con su expresión de que “fueron millones de votos” los que se
compraron? Una de dos: o los mexicanos son una bola de corruptos y vendidos,
precisamente el mismo “pueblo bueno” del cual habla él, o la compra de voto,
que de haber existido fue marginal, no es la explicación de su derrota. Fraude
por una millonaria compra: de nuevo, pura especulación muy funcional.
Pero hay otro problema, los tercos números. ¿Cuánto, qué
cantidad, sería un regalito lo suficientemente tentador como para comprometer
la conciencia de alguien? En un país donde casi la mitad de los hogares tiene
automóvil, hay casi 100 millones de celulares y la gran mayoría se autodefine
como de clase media, un bolígrafo difícilmente hará la diferencia. Jaime
Sánchez Susarrey hizo el cálculo con base en las cifras manejadas por el propio
equipo de AMLO (Ricardo Monreal) para el escandaloso y espectacular asunto de
las 3 mil 500 tarjetas presentadas. Según ellos, se utilizaron 240 millones de
pesos para 143 mil tarjetas, es decir, mil 678 pesos por tarjeta. Si, como
afirman, se compraron cinco millones de votos, la suma ascendería a 8 mil 391
millones de pesos, es decir alrededor de 670 millones de dólares. La primera
campaña de Bill Clinton costó 60. Le fue difícil conseguirlos en la primera
potencia económica del mundo. Conseguir 11 veces esa cantidad en México sería
una verdadera hazaña. Esa es una opción. Hablaría de una enorme capacidad de
convocatoria de Enrique Peña Nieto y supondría además una maniobra de
ocultamiento o desaparición de hechos digna de David Copperfield. La otra
opción es la mentira, una mentira tan burda que parte del supuesto de que el
país está habitado por tontos (por no usar otra palabra) y corruptos. Tontos
todos los otros partidos y ciudadanos que no registraron la maniobra, decenas
de millones. Corruptos porque, por lo menos, habría cinco millones que
aceptaron el “cochupo”. ¿Cómo conseguir esa cifra en discreción y ocultarla
durante su uso? Imposible. La compra de voto o de votantes es una vergüenza
ética. Todo indica que la cometieron todos los partidos.
5. El acarreo
Chicago es una de las ciudades más bellas de Estados Unidos.
El origen político de Barack Obama está ahí. También es una de las ciudades con
mayor vida cultural. Multiétnica y compleja en sus niveles socioeconómicos, en
Chicago la política es intensa, muy intensa. “Ciudad de los vientos”
—denominación que, por cierto, nada tiene que ver con los fuertes y helados
vientos que cruzan del norte por el lago Michigan y sí, en cambio, con la
cantidad de chismes que ahí se generaban o generan—, Chicago es también
conocida por las trapacerías de sus políticos. Ahí la compra de voto y el
acarreo tienen una historia que remite a los años treinta. Los acarreos también
son parte de su tradición.
Pero hay de acarreos a acarreos. Invitar a los vecinos a un
agradable desayuno en una casa, con embutidos y pan de grano, quizás una
cerveza, es mucho más elegante que una tamaliza en un garaje. Pero en esencia
es lo mismo. El problema con esta fórmula de movilización es que no es ilegal.
Cada quien está en su derecho de convencer a quien pueda. Sobre el derecho de
cada quien de invitar a desayunar a quien quiera, creo que no vale la pena
discutir.
A algunos les parecerá despreciable, a otros en la frontera
de la ética. Pero ilegal no es, faltaba más. Nadie tiene el monopolio sobre los
acarreos. Es decir, la patente no es priista. ¿Qué tan eficiente y recurrente
es la práctica? Difícil saberlo. El límite es el condicionamiento del voto, es
decir, un jefe que impone a sus trabajadores ir a votar con él. Sin embargo, de
nuevo ahí está la secrecía del voto, que requiere menos de un metro cuadrado
para garantizarle a cada quien su libertad. El otro día un panista, de escasos
recursos, residente en el área metropolitana, me comentaba del ostracismo que
sufre en su colonia de predominio perredista. “A mí no me regalan despensa”, me
dijo con verdadero sentimiento.
6. Las casillas
especiales
En esta elección los jóvenes del #YoSoy132 —movimiento,
movimientos, tribus o todo junto— tomaron como una de sus banderas centrales la
falta de boletas en las casillas especiales. Por jóvenes se les disculpa el
desconocimiento de por qué existen esos espacios que tanta sospecha les generaron.
Nuestro país tiene todavía una alta movilidad geográfica, es decir, la gente
migra mucho de un lado al otro y también trabaja donde no reside. Las casillas
especiales fueron ideadas para contender con ese fenómeno que se presenta,
sobre todo, en las grandes ciudades.
Pero claro, las trapacerías del PRI mostraron su capacidad
para llevar ciudadanos de sitios donde estaban holgados de votos a aquellos
distritos en que tenían problemas. Las boletas sin control y en grandes
cantidades eran una amenaza en contra de quienes eran opositores en ese
momento. Después se descubrió que los otros partidos también habían descubierto
la fórmula que podría inclinar distritos a favor de quien más ciudadanos
foráneos movilizara.
Fue por eso que se decidió poner un límite: no más de 750
boletas por casilla especial. Desde entonces, las escenas de las molestias e
inconformidades frente a las casillas especiales son muy frecuentes, sobre todo
en el DF. Resolver el problema es técnicamente sencillo: surtir más boletas.
Hay un problema: la reglamentación está en la ley pactada por todos los
partidos. ¿Qué hacemos? De nuevo, ¿son los potenciales votantes de las casillas
especiales la explicación de la derrota de AMLO? Se trata de otra falacia
argumentativa. ¿Cómo comprobar que los primeros 750 votantes pertenecían al
mismo partido y el 751 a otro? La carencia de boletas fue una situación
recurrente en el df, no en toda la República. Pero en el DF arrasaron Mancera y
AMLO. En todo caso, el señalamiento podría venir de sus opositores. No se
entiende.
7. ¡No a la
imposición, sí a la revolución!
Otra de las banderas juveniles en esta elección de verano
fue el reclamo en el sentido de que los medios habían impuesto al vencedor para
la presidencia. Sin duda los medios tienen una influencia sobre la imagen de
los candidatos y las predilecciones ciudadanas. Pero no se ha logrado comprobar
que sean determinantes en la victoria. Sí lo son de los fracasos: la barba
crecida de Nixon que le dio en el primer debate un aspecto de facineroso es el
ejemplo clásico. Un desliz o error visto por decenas de millones puede
desplomar a alguien. Los espacios televisivos son un arma muy riesgosa. La
obsesiva repetición de la palabra change —cambio— en el discurso de Clinton fue
desplazada cuando en su podium apareció sistemáticamente la advertencia “It’s
the economy, stupid”. Eso lo llevó al triunfo. Cuauhtémoc Cárdenas tuvo mínimos
espacios en los medios y si no ganó la elección, estuvo muy cerca. En 2003,
Vicente Fox impulsó con millón y medio de spots a su partido y el pan perdió en
esa elección con ocho puntos. El vencedor indiscutible del debate del 94 fue
Diego Fernández de Cevallos y no llegó a Los Pinos.
En política, a los medios se les imputa siempre lo peor,
pero reflexionamos poco sobre el importante papel que han tenido en la
politización del país, sobre todo en las zonas rurales y alejadas. Por cierto,
será solo casualidad que la democratización política de México coincide con una
etapa de brutal crecimiento en la cobertura y penetración de los medios. Si más
de 90% de la población se informa de política a través de ellos, quizá la
pluralidad no sería explicable sin su avance. El argumento nada tiene que ver
con la evidente necesidad de más cadenas de televisión y apertura total en el área.
Pero de ahí a decir que impusieron a un candidato es francamente aceptar una
bofetada al sentido común. Entonces también impusieron a Fox, quien se lanzó a
la pantalla chica desde su tercer año como gobernador de Guanajuato. Por tiempo
de exposición, AMLO —quien estuvo en pantalla meses antes que sus adversarios—
debió haber ganado la contienda. De nuevo, los medios son un arma de doble
filo. El peor momento de la campaña de Peña Nieto fue cuando los medios
retomaron las imágenes de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara
transmitida por las redes sociales. Una equivocación vista por decenas de
millones es difícil de borrar de la memoria.
A diferencia de lo que ocurre en una de las democracias más
antiguas del orbe, Estados Unidos, en México toda la propaganda se difundió en
tiempos estatales y la distribución de tiempos en los noticiarios fue
monitoreada de manera independiente por la UNAM y el IFE. Por cierto, no me
queda claro cuál es el avance de que un partido como el Panal reciba la mitad de
los tiempos noticiosos del PAN. Se podría decir que se está inflando a un
candidato. Si la televisión explica la manipulación masiva y el triunfo de Peña
Nieto, cómo explicar la sorpresiva corta distancia entre el primero y el
segundo lugar. ¿Fue acaso una manipulación a medias o fracasada? De nuevo, en
tiempos totales de precampañas y campañas, el candidato que con mucho tuvo
mayor exposición se llama AMLO. La conclusión es muy sencilla: sin duda ser
fotogénico puede ayudar, pero hay algo más, mucho más. Los medios son un
factor, no factotum. La imagen de una maquinación a través de las ondas
hertzianas, etéreas, inasibles y misteriosas, funciona bien para alimentar un
delirio y evadir la realidad.
8. Mejor inventar un
fantasma
Nadie lo ha visto, pero de que espanta, espanta. En un país
con un nivel de escolaridad de poco más de nueve años, pocos saben lo que es un
algoritmo. Pero nos queda claro, después de su aparición en 2006, cuando se le
señaló como capaz de voltear las tendencias de la votación, que el fantasma es
muy poderoso. De manera silenciosa y sin dejar huella, esa fórmula matemática
modifica los resultados de la expresión popular. Si usted fue funcionario de
casilla o representante de partido y firmó las actas, no se asombre de que en
el PREP los resultados aparezcan modificados. Fue el fantasma.
Por cierto, subir los documentos de las casillas a internet
no vale de nada cuando el fantasma anda suelto. O sea que se trata de un gran
aliado de los mapaches panistas de hace seis años, y ahora priistas. Por lo
visto, el algoritmo se vende al mejor postor, pero el PRD no le ha llegado al
precio. Seguro el algoritmo trabaja para “los de arriba” en exclusiva. Es parte
de la conspiración. De nada sirve que un fuerte núcleo de científicos, la propia
unam y su rector avalen el PREP. Para fines de la mentira efectiva, el fantasma
del algoritmo es muy útil.
Nunca antes hubo tantos votantes simultáneos. Nunca antes
tantas mujeres fueron candidatas. Nunca antes tantos jóvenes tuvieron acceso a
las urnas. Nunca antes habíamos tenido tanta vigilancia sobre los medios. Nunca
antes se había logrado una observación y una verificación cruzada tan amplias.
Pero eso de nada sirve para quien hace de la mentira una profesión.
AMLO ha obtenido en dos ocasiones tres veces más votos que
Cuauhtémoc Cárdenas, pero no ha ganado. Está en todo su derecho a sentirse
frustrado. Pero si casi 70% de los electores votó por otra opción, quizá
valdría la pena que se parara frente al espejo. Decir que sus opositores son
masoquistas, corruptos, vendidos, etcétera, es una gran ofensa que muestra
intolerancia y cero espíritu democrático. Pero sobre todo muestra su soberbia:
si yo no gano quiere decir que hubo fraude.
Quien recurre a la mentira como forma de vida es que no
puede enfrentar la realidad. México hoy es otro. Ni la compra del voto, ni los
medios, ni el acarreo, ni las casillas especiales, ni las irregularidades, ni
la corrupción generalizada, menos aún el masoquismo del 70% del electorado, son
la explicación de su fracaso. Aquí, el único atrapado por su pasado es Andrés
Manuel López Obrador. El único y verdadero fraude de 2012 fue tenerlo a él en
la boleta. Fraude, porque no es actor político leal. Fraude porque 72 horas
antes de la elección firmaba en el IFE un pacto de civilidad y explícitamente
expresaba que no había encontrado motivo alguno para impugnar la elección.
Basta de ofensas y, sobre todo, basta de mentiras.
Link nota publicada: http://estepais.com/site/?p=39774
1 Sissela Bok,
Lying, Moral Choice in Public and Private Life, Vintage Books, Nueva York,
1989.
2 Mario Vargas
Llosa, La verdad de las mentiras, Seix Barral, Barcelona, 1990.
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FEDERICO REYES HEROLES es director fundador de la revista
Este País y presidente del Consejo Rector de Transparencia Mexicana. Su más
reciente libro es Alterados: Preguntas para el siglo XXI (Taurus, México,
2010). Es columnista del periódico Reforma.
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